Caudillos:
Lestie Bethell
Historia de América Latina
6-América Latina Independiente 1820-1870
Primera Parte. Hispanoamérica
Capítulo 2- Política- Ideología- Sociedad
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A menudo, no se consiguió incorporar la autoridad en
las instituciones formales establecidas en muchas constituciones
hispanoamericanas. La autoridad, que más bien se encarnaba en personas
concretas, estuvo en manos de líderes fuertes que tendían a ponerse por encima
de las leyes y las constituciones. Estos líderes por lo general eran y son
considerados caudillos, es decir, hombres cuya fuerza personal les permitía
obtener la lealtad de un importante número de seguidores a los cuales
movilizaba para enfrentarse a la autoridad constituida o para hacerse con el
poder por medio de la violencia o la amenaza de violencia.
El término 'caudillo' se refiere a cualquier tipo de
líder preeminente, y se usó en este sentido de 1810 a 1870. La mayoría de
los caudillos, sobre todo en las primeras décadas de este periodo, eran líderes
militares que habían alcanzado renombre durante las guerras de la independencia.
Pero el término también se aplicó en estos años a otro tipo de líderes. En la
década de 1820, el general peruano Agustín Gamarra —él mismo era claramente un
caudillo— lo usó para referirse al liderazgo político de un obispo. Actualmente, cuando se explican las características
del siglo XIX, al término se le da un contenido normalmente más restringido que
el que le daban los coetáneos. Ahora, al referirse a un caudillo se piensa
generalmente en alguien que usó la violencia o la amenaza de violencia para
fines políticos, ya se tratara de un oficial profesional dirigiendo unidades
del ejército regular, de un oficial de la milicia provincial, o de un civil a
caballo dirigiendo a la milicia o a fuerzas irregulares en la lucha política.
También se usa en sentido más amplio para aludir a un jefe esencialmente civil
que ejerció una represión violenta, como fueron los casos del doctor Francia en
Paraguay y de Diego Portales en Chile.
Hasta 1840, la mayoría de los hombres que consideramos
caudillos eran individuos que antes de empezar su carrera política tenían algún
logro militar, ya fuera como soldados de la independencia o como jefes de la
milicia provincial, como fue el caso de Juan Manuel de Rosas, que se hizo
famoso luchando contra los indios. Después de los años cuarenta, cuando los
generales de la independencia fueron desapareciendo de escena, su papel de
líderes militares en las luchas políticas internas fue asumido en parte por
hombres que habían empezado su carrera política como civiles —esto es,
abogados, periodistas, comerciantes y propietarios— y que fueron empujados al
liderazgo militar debido a la violencia política de aquel entonces.
Entre el caudillo y sus seguidores existían lazos de
lealtad personal. ¿Cuál era la base de esta vinculación personal? ¿Por qué la
gente seguía a los caudillos? Los escritos del siglo XIX sobre este fenómeno, y
también gran parte de los del siglo XX, subrayan la importancia de la
personalidad del caudillo. Según el estereotipo, se trataba de un hombre con un
gran magnetismo personal que dominaba a sus inferiores por el peso de su
voluntad. En el clásico retrato del caudillo del siglo XIX, la descripción del
líder provincial Facundo Quiroga hecha en 1845 por Domingo Faustino Sarmiento, éste le
describió diciendo: «Si yo fuera a la calle y dijera al primer hombre que
encontrara: "¡Sigúeme!", me seguiría sin ninguna clase de duda». Los
seguidores del caudillo lo eran tanto porque éste les atraía como porque les
intimidaba. El caudillo, también según lo estereotipado, era un hombre de
coraje que podía mandar a otros a emprender acciones de valor porque él mismo
daba ejemplo de bravura y audacia. Frecuentemente se le describía también como
«telúrico», fundamentado en la tierra, en lo básico. Aunque perteneciera a la
clase alta a menudo cultivaba un estilo popular a fin de que sus seguidores se
identificaran personalmente con él. Tanto de José Antonio Páez de Venezuela
como de Juan Manuel de Rosas de Buenos Aires se dice que, para demostrar su
virilidad y para identificarse con sus seguidores, ellos mismos participaron
con su séquito de vaqueros en las proezas de jinetería. Mientras que muchos
caudillos adoptaron un toque popular, otros se comportaban con gran pompa, lo
cual tanto podía servir para imponerse a la población como para gratificar al
líder mismo. El caudillo se caracterizaba por su personalidad autoritaria. Por
su rudeza e, incluso quizá más, por su imprede-cibilidad, el caudillo a menudo
atemorizaba tanto a sus seguidores como a sus enemigos.
Muchos trabajos recientes, si bien no niegan las
características de la personalidad del caudillo, tienden a plantear de otra
manera la red de las relaciones existentes entre los líderes y sus seguidores.
En esta cuestión, el caudillismo se contempla como un sistema social
estructurado sobre bases de dependencia mutua entre el jefe y su grupo. Se han
establecido varios tipos de relación entre patrón y cliente. Comúnmente se ve
al caudillo como un gratificador de sus seguidores en recompensa a sus leales
servicios." Pero las interpretaciones más sofisticadas han apuntado otro
tipo de relación patrón-cliente según la cual el caudillo mismo era el cliente
de ricos patrones que lo «creaban y controlaban» como un instrumento de sus
propios deseos políticos y/o económicos. Incluso en este caso hay una relación de dependencia
mutua en que ni los clientes del caudillo ni sus ricos patrones controlan
completamente esta relación. La mayoría de los trabajos que plantean el
caudillismo como una relación patrón-cliente contemplan al caudillo como una
figura que emerge de algún rincón regional y que la red que le sostiene se
compone de los propietarios locales. Pero no todos los caudillos surgieron de
la oscuridad provincial. Como base de su poder muchos contaban con el apoyo de
los oficiales del ejército nacional o con ciertos grupos de estos oficiales.
Algunos de los caudillos más poderosos, como el general Antonio López de Santa
Anna de México, contaban a la vez con el apoyo de algunas oligarquías
regionales y con el cuerpo de oficiales. Por último, se puede decir que los
lazos caudillistas de patrón-cliente a menudo formaban elaboradas pirámides en
las que los caciques locales, con sus seguidores personales, prometían lealtad
a los jefes regionales, quienes a cambio concedían al
menos un apoyo temporal y condicional a los caudillos
o a otros líderes que operaban a nivel nacional.
En términos de clases sociales, frecuentemente se
contempla al caudillo como a alguien que asciende socialmente, un hombre de
orígenes relativamente modestos cuya ansia de poder en parte es impulsada por el
deseo de riqueza y de status social. Tal concepción por supuesto
concuerda con la idea del caudillo que a la vez es el cliente de ricos patrones
y el patrón de sus seguidores. Se pueden encontrar muchos casos de caudillos
que de alguna manera se avienen con esta descripción, pero hay muchos otros
(tales como Simón Bolívar y el general Tomás Cipriano de Mosquera en Colombia)
que nacieron en el seno de la clase alta. Este tipo de hombres eran más
difíciles de controlar y se les tenía como especialmente impredecibles, y por
ello atemorizaban a los sectores sociales más altos.
Puesto que los caudillos ascendían al poder por
métodos violentos, la legitimidad de su poder siempre estaba en entredicho. Por
lo tanto, sabiendo que él también podía ser derrocado por un contrincante, a
menudo gobernaba, ya fuera a nivel local o nacional, con cierta inseguridad.
Debido a que a su régimen le faltaba de facto legitimidad constitucional
y que con frecuencia tenía que afrontar la oposición de otros caudillos, muchas
veces se encontraba obligado a gobernar por medio de la violencia con poca o
ninguna consideración a los preciosismos constitucionales. Era bastante
frecuente que sus actos fueran arbitrarios. La impredecibilidad del caudillo
aumentaba por el hecho de que gobernaba según su criterio personal. Para el
caudillo, la cuestión fundamental era la lealtad personal. Los que le eran
leales podían esperar su ayuda, pero a los que eran sospechosos de serle
desleales les esperaba una venganza terrible. Por otro lado, el caudillo podía
establecer alianzas sorprendentes, debido, otra vez, a sus relaciones
personales. Como que la ideología importaba poco a la mayoría de los caudillos,
no tuvieron ningún inconveniente en apoyar causas bastante distintas y
contradictorias. En el Río de la Plata, los caudillos se identificaron de modo
cambiante como unitaristas o federalistas, acaso sin comprender bien lo que
querían decir estos términos, usándolos más bien como una manera de distinguir
a amigos de enemigos. En México, el general Santa Anna se alineó también de
modo variable tras los liberales o los conservadores según viera el monto de
sus fuerzas relativas. En Nueva Granada, el general José María Oban-do enarboló
la bandera del federalismo en una rebelión organizada para autode-fenderse del
proceso (según él, persecución) que quería hacerle el gobierno nacional, pero
en 1853 se consideró incapaz de gobernar como presidente de un gobierno
federalista. Por otro lado, el general Tomás Cipriano de Mosquera, el gran
rival de Obando, pasó sin grandes dificultades del fuerte centralismo de los
años de 1840 al federalismo igualmente vigoroso de la década de 1850, según le
dictó su ambición.
A menudo, el liderazgo personalista de los caudillos
se expresó en revueltas contra los gobiernos constituidos, pero en algunos
casos el caudillo usó su autoridad para reforzar las jóvenes e inexpertas
estructuras gubernamentales. En Chile las revueltas caudillistas y la toma del
poder caracterizaron la época de la Patria Vieja (1810-1814) y la década de
1820. Pero, después de 1830, el gobierno implantado gracias a la autoridad
personal del general Joaquín Prieto y de su
ministro Diego Portales finalmente fortaleció las
instituciones de gobierno. Ya por 1851 los gobiernos chilenos podían sostener
su autoridad sin el apoyo del liderazgo carismático. En Nueva Granada la
autoridad personal del general Francisco de Paula Santander en la década de
1830 y del general Tomás Cipriano de Mosquera en la de 1840 ayudaron a sostener
el gobierno constitucional, el cual en estos años sólo fue amenazado por una
rebelión caudillesca. En Venezuela, la autoridad del general José Antonio Páez
(1830-1848) y en la provincia de Buenos Aires la de Juan Manuel de Rosas
(1829-1852) sirvieron para mantener el orden público. Sin embargo, en muchos
países de Hispanoamérica durante la mayor parte del período ningún caudillo fue
capaz de dominar la situación y se produjo una serie interminable de guerras
civiles o golpes de Estado para decidir quién gobernaría. Este modelo fue muy
importante sobre todo en Bolivia, Perú (1823-1845) y en gran parte de la
historia de la región del Río de la Plata en los años anteriores a 1860.
Los
orígenes del caudillismo han sido objeto de muchas especulaciones, pero no de
investigaciones sistemáticas. Si bien aquí no se puede hacer una relación
completa de las hipótesis que existen sobre el caudillo, sí se pueden esbozar
algunas de las principales. Muchas interpretaciones subrayan el peso de las
guerras de independencia, y según una de ellas la lucha por la independencia
elevó a los héroes militares al status y al poder, mientras que las
élites civiles y las instituciones de gobierno que controlaban se debilitaron.
La emergencia del caudillo puede verse así como consecuencia de una
«militarización» de la política entre 1810 y 1825. Esta interpretación vale para las regiones que
padecieron prolongados periodos de conflictividad violenta durante la lucha por
la independencia, sobre todo de forma notable para Venezuela, Nueva Granada, el
Río de la Plata y México. Pero en algunas regiones tales como Centroamérica,
donde en el proceso de ganar la independencia sólo hubo pequeños conñictos
militares, también surgieron caudillos en el periodo de la postindependencia.
Este fenómeno y la continuación de la política caudillesca durante décadas
después de la lucha por la independencia sugieren que para encontrar los
orígenes del caudillismo hay que buscar otros causantes que la militarización
de la época de la independencia. Las guerras de independencia sin duda
afectaron las formas que los líderes personalistas tomaron, pero el
caudillismo tiene raíces más profundas: fue el resultado de fuerzas más
arraigadas.
La clase alta criolla fue la que más se benefició de
la independencia de América Latina. A fines del periodo colonial la mayoría de
sus miembros poseían tierras, algunos habían entrado en el cuerpo eclesiástico
y unos pocos estaban inmersos en el comercio internacional a gran escala. Por
otro lado, algunos ocupaban puestos en la administración, que normalmente eran
de bajo nivel, como abogados, recaudadores de impuestos o
administradores provinciales de segundo rango. Con la independencia a los
criollos se les multiplicaron las oportunidades de hacer una carrera en la
administración y en la política, no sólo porque deshancaron a los españoles de
los cargos más altos, sino debido también al carácter de los gobiernos
republicanos que se establecieron. Allí donde el sistema colonial sólo había
necesitado un número relativamente pequeño de jueces, funcionarios provinciales,
oficiales militares y recaudadores, las nuevas repúblicas necesitaron éstos y
muchos más empleados, ya que se crearon unos sistemas judiciales más complejos;
se tuvo que buscar legisladores nacionales, normalmente organizados en dos
cámaras, y frecuentemente también legisladores provinciales; además hubo que
distribuir los cargos más altos de secretario y subsecretario de gabinete, de
los consejos de Estado y, al menos, unos cuantos puestos diplomáticos.
Las nuevas oportunidades políticas que se abrieron
dieron lugar a una gran movilidad territorial de los criollos. Los individuos
de provincias que fueron a la capital como diputados a menudo se quedaron allí
para que sus hijos estudiaran, para disfrutar del ambiente cultural y para
ascender en su carrera política. La gente de provincias también envió a sus
hijos a las capitales para que se educasen en las mejores escuelas y
universidades; no necesariamente esperaban que se dedicaran a la política, si
bien el paso por estas instituciones les proporcionaba tanto la preparación
educacional como los contactos necesarios para seguir su profesión. Los que se
iban a estudiar a las ciudades raramente volvían a sus regiones de origen. Esta
tendencia de converger en las capitales dio lugar a una consecuencia inesperada:
al drenar sus élites profesionales minó el desarrollo de las provincias.
Mientras que los hombres de la clase alta con ambición
que habían nacido en provincias —o en cualquier otro punto relativamente
obscuro— emprendieron la carrera política, en algunos sitios las familias más
ricas y tradicionalmente de más prestigio no participaron en la vida política.
En algunos casos no hubo posibilidad de elegir porque los ricos y con posición
fueron desplazados por los militares que controlaban los instrumentos de
ejercer la violencia. En otros casos, los hombres más ricos se apartaron de la
política voluntariamente, quizá por prudencia, quizá porque el desorden había
desacreditado la política, o por no gustarles los individuos pertenecientes a
los grupos sociales que ahora eran activos políticamente. Sin embargo, a menudo
los hombres ricos se movían detrás del escenario, dirigiendo o, al menos,
influenciando a los caudillos militares que tanto parecían dominar la vida
política. La no
participación abierta en esta actividad de los individuos más ricos de la clase
alta quizás era más evidente en Argentina que en ninguna otra parte, y también
en México si bien en menor medida. No obstante, no se trataba ni mucho menos de
un fenómeno universal. En Chile, Colombia y Venezuela las familias más ricas y
aposentadas fueron bastante prominentes en política a lo largo de la mayor
parte del periodo. A excepción de los criollos, pocos se beneficiaron de
las conquistas políticas de la independencia. Los criollos eran reacios a
compartir el poder con los mestizos y los otros sectores sociales inferiores
según había establecido el orden colonial. Algunos mestizos y mulatos
adquirieron importancia política durante la lucha por la independencia debido
al valor que demostraron siendo jefes de guerrilla o de otras fuerzas
militares. Pero la llegada de estos pocos individuos preocupó a los criollos.
Simón Bolívar, por ejemplo, manifestaba mucha preocupación ante una amenazante
«pardocracia» (constituida por los que tenían piel oscura). Por ello, la élite
criolla eliminaba casi sistemáticamente de los altos cargos (así aparece ahora
visto retrospectivamente) a los individuos pertenecientes a las castas, sobre
todo a los mulatos. Los dos oficiales mulatos de mayor rango de Venezuela y
Nueva Granada, los generales Manuel Piar y José Padilla, fueron fusilados por
unos delitos que en caso de ser blancos posiblemente hubieran sido perdonados.
En México, Vicente Guerrero, el líder insurgente de piel oscura, fue detestado
por la clase alta que lo consideraba vulgar, ignorante y, en general, incapaz.
Cuando ya había sido derribado de la presidencia, fue fusilado por sus
opositores.
Aunque la élite resolvió el problema que para ella
representaba la presencia de unos pocos oficiales mulatos preeminentes
eliminándolos con algunas ejecuciones, tuvo que afrontar la cuestión mucho más
problemática de distribuir el poder entre los criollos civiles y los militares.
Tulio Halperín Donghi ha subrayado el hecho de que la lucha por la
independencia, y en el Río de la Plata la de la consolidación de la nación,
colocó en un lugar preeminente a los militares más que a las élites civiles que
habían dominado en el régimen colonial (funcionarios civiles y alto clero), el
poder de las cuales sufrió cierta decadencia. No sólo ocurrió que las filas del
ejército se engrosaron a causa de la guerra, sino que la estructura de la
administración civil se debilitó porque los gobiernos carecían de recursos. Que
en muchas partes los gobiernos dieran prioridad al pago del ejército, dejando a
los burócratas civiles con una retribución reducida, ejemplifica la situación
existente. La posición de la Iglesia también se debilitó a causa de la oposición
papal a la independencia de Hispanoamérica, lo cual comprometió políticamente a
la jerarquía eclesiástica, y por el conflicto planteado por la cuestión de si
la elección de los obispos pertenecía a las respectivas naciones o bien al
papa. Hasta 1827 no se designaron nuevos obispos. Además, la Iglesia sufrió la
pérdida de sus recursos financieros que se le requisaron en tiempo de guerra.
Paralelamente a la decadencia de la burocracia civil y eclesiástica, según la
apreciación de Halperín, los comerciantes urbanos perdieron poder y posición,
sobre todo en la medida en que el comercio cayó bajo el control de los
extranjeros, mientras que los propietarios adquirieron mayor poder. Así pues,
según Halperín, en este periodo se produjo a la vez una militarización y una
ruraliza-ción del poder. El
siguiente planteamiento sugerirá que esta tesis de la militarización y la
ruralización, aunque es correcta, no debe ser considerada como absoluta, sino
como un cambio de grado respecto al orden colonial.
Entre 1810 y 1830, y en muchos sitios hasta mucho más
tarde, la militarización de la vida política fue un hecho que los políticos
civiles no pudieron evitar.
Agustín Gamarra Messía (Cuzco 27
de agosto de 1785 – 18 de noviembre de 1841), político y militar peruano que fue Presidente
Constitucional del Perú que en dos
periodos: de 1829 a 1833 y de 1840 a 1841. Encarna la figura del caudillo militar ambicioso
con activa participación en la vida política peruana durante las primeras
décadas de la República.
José Gaspar Rodríguez de Francia,
conocido también como Doctor Francia, Karai Guazú o el Supremo, nació en la
ciudad de Asunción (Paraguay) 6 de
enero de 1766- 20 de septiembre de 1840. Es considerado como el ideólogo y
principal dirigente político que llevó adelante la independencia del Paraguay
de la corona española, de la Junta de Bs. As. y del Brasil.
Diego José Pedro Víctor Portales Palazuelos (Santiago
16 de junio de 1793- Valparaíso 6 de junio de 1837) fue un politico
chileno, comerciante y ministro de Estado, una de las figuras
fundamentales de la organización política de su país. Personaje controvertido,
es visto por muchos como el Organizador
de la República y por
otros, como un dictador tiránico.
Juan Manuel de Rosas (Buenos
Aires; 30 de marzo de 1793- 14 de marzo de 1877) fue un militar y político
argentino, que en 1829, tras
derrotar al general Juan Lavalle,
accedió al gobierno de la provincia de Bs. As. Logró
constituirse en el principal dirigente de la denominada Confederación
Argentina (1835-1852).
José
Antonio Páez Herrera de Mendoza Xaimes de Aguero (Curpa, Provincia de Caracas, (Hoy Estado Portuguesa), 13 de junio de 1790-Nueva York, EE.UU. 6 de
marzo de 1873) fue un militar y político venezolano de ascendencia
española -canaria-, presidente de
la República de Venezuela en tres ocasiones (1830-1835; 1839-1843;1861-1863). Fue
uno de los más destacados próceres de la emancipación
de Venezuela y se le considera entre los principales representantes
del caudillismo americano.
Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez
de Lebrón (Xalapa, 21 de febrero de
1974-Ciudad de México, 21 de junio de 1876) fue un político
y militar mexicano. Fue Presidente
e México en once ocasiones, instaurado como
dictador vitalicio con el tratamiento de Alteza Serenísima, aunque derrocado
años más tarde. A lo largo de su larga carrera política fue considerado ambiguo
por participar de facciones contrarias, ya fueran realistas,
monárquicos, republicanos, liberales y conservadores. Santa
Anna fue también gobernador de Yucatán en 1824. Su
figura es una de las más importantes y polémicas en la historia mexicana.
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